domingo, 1 de septiembre de 2013

¡PRESIDENTE!

Alguien había iniciado ya los trámites para suspender al Presidente en sus funciones pero era demasiado tarde, no se disponía del tiempo necesario para llevar a término una acción legal semejante.  Pese a ello, dijeron, los ministros en bloque intentaron disuadirlo por todos los medios y hasta el último momento. Sin embargo, a las ocho de la tarde de aquel jueves, el Presidente ofreció un mensaje a la población que por decreto tuvo que ser emitido en directo por todos los canales del país.

Primero, una cortinilla institucional  integrada por el escudo nacional y una melodía neutra, interrumpió de manera abrupta la programación habitual. Luego apareció en imagen el Presidente,  el rostro serio, casi compungido, en un plano corto que se fue abriendo poco a poco para mostrar al final un estrado de plástico transparente  en el que se apoyaban unas cuartillas y un vaso de agua. Todo respondía a la habitual escenografía de un anuncio gubernativo. Todo, salvo una cosa: El presidente estaba totalmente desnudo.

Muchas fueron las interpretaciones que se dieron sobre aquel suceso. Algunos lo consideraron un comportamiento propio de la "enajenación transitoria y aislada "que le fue diagnosticada al Presidente. Desde el partido tuvimos claro que aquello era otra astuta y meticulosa maniobra política urdida por un Gobierno en apuros. Porque lo llamativo,  sólo al principio disimulado, pero después admitido sin ambages como lo sustancial del evento, es que, asomando de su carnes flácidas, como una protuberancia excesiva e inesperada, el presidente exhibía un miembro viril, admitámoslo, simplemente descomunal.

El discurso, leído de manera casi mecánica y olvidado a los pocos días, giraba en torno a la necesidad del país de superar la severa crisis- a la que por cierto él nos había abocado- apostando por la  innovación y las energías renovables. Hizo alguna referencia que casi lindaba con el naturismo. En algún momento del discurso daba la sensación de que iba a acabar reclamando a la población que se sumara  a su desnudez, pero se recondujo hacia su habitual tono optimista, falto por lo demás de contenido o propuestas.

Pero entre tanto, tras la transparencia del estrado, su pene, de una carnosidad profusa y presidencial, cavernoso y brillante, perduraba como un badajo de plomo. Cada vez que cambiaba su pie de apoyo, una ligera torsión de la cadera mostraba las monumentales proporciones del miembro desde un nuevo prisma. El grosor y la lustrosa textura de aquel pene, absorbían el protagonismo de la escena de manera inapelable, convirtiendo  el discurso en una borrosa letanía carente de interés.

Como es natural el país se convulsionó. No había corrillo ni tertulia en la que no se comentara la  sorprendente desnudez presidencial. El Gobierno pidió respeto a la sociedad y los medios. Apeló a la privacidad del paciente y con su acostumbrado oscurantismo evitó  dar explicación alguna sobre la situación. Pero pronto los médicos consideraron restablecido al presidente -recuperado de una patología temporal y aislada - dijeron, y  en plenitud de condiciones.

El jefe de mi partido, como líder de la oposición,  pidió entonces la renuncia del Presidente. Calificó el hecho -con tibieza, en mi opinión-  como  un lamentable incidente que perjudicaba la imagen del país en el exterior. Lo cierto es que no había mecanismos legales que impidieran su continuidad en el cargo y, en cualquier caso, en el entorno político  existía el convencimiento de que ese suceso representaba la puntilla política de un presidente amortizado y asediado por los problemas de una nación a pocos meses de las elecciones.

Sin embargo, las posteriores encuestas pre-electorales mostraron que las expectativas de voto del partido en el poder no sólo no se habían resentido: se habían triplicado. Pocos verbalizaban en público las verdaderas razones, pero el resultado del estudio sociológico encargado por mi partido era rotundo: en la conciencia  de la población, tal vez de un modo instintivo o primario,  subyacía la idea de que un presidente con ese miembro viril haría las cosas bien. Sería enérgico y eficaz.

Lo cierto, hay que reconocerlo, es que desde ese incidente la economía del país pareció recuperarse. Aumentaron los índices bursátiles, la productividad, las exportaciones  y hasta la natalidad. El presidente adquirió de pronto un protagonismo enorme en la escena internacional. Los dirigentes de medio mundo querían fotos a su lado y una vez reunidos se mostraban  inexplicablemente timoratos, casi sumisos en su presencia.

Los medios más afines al Gobierno hablaban del resurgimiento de un sano patriotismo en la población. No faltaron tertulianos y analistas que vincularon el suceso con los inesperados éxitos que las selecciones deportivas cosecharon  en importantes competiciones internacionales.

Ni que decir tiene que perdimos los comicios. El presidente resultó reelegido obteniendo un apoyo arrollador. Mi partido, tras una campaña que los medios calificaron de conservadora, sufrió el mayor batacazo electoral de su historia. La crisis en la cúpula del partido fue importante. Nuestro líder se hizo a un lado alegando cuestiones familiares  y entre los barones hubo dimisiones, destituciones y espantadas. Mientras tanto, en la calle  se hacía chanza a costa de la supuesta falta de virilidad de los afiliados.

Había que buscar cuanto antes un nuevo líder que cortara la sangría. Una cabeza visible que ofreciera bríos renovados, enérgico y contundente. Y es por eso que ahora yo, Celestino Ridruejo; concejal de Valmoral de la Mota y éste otro, Romualdo Aguascalientes; Alcalde de Fresnedillas, estamos aquí,  con los pantalones bajados, nuestros miembros sobre la mesa, siendo examinados por la ejecutiva en pleno del partido.

Para mí que yo la tengo más grande.

Mariano Nuño.


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