Alguien había iniciado ya los
trámites para suspender al Presidente en sus funciones pero era demasiado
tarde, no se disponía del tiempo necesario para llevar a término una acción
legal semejante. Pese a ello, dijeron, los ministros en bloque intentaron
disuadirlo por todos los medios y hasta el último momento. Sin embargo, a las
ocho de la tarde de aquel jueves, el Presidente ofreció un mensaje a la
población que por decreto tuvo que ser emitido en directo por todos los canales
del país.
Primero, una cortinilla
institucional integrada por el escudo nacional y una melodía neutra,
interrumpió de manera abrupta la programación habitual. Luego apareció en
imagen el Presidente, el rostro serio, casi compungido, en un plano corto
que se fue abriendo poco a poco para mostrar al final un estrado de plástico
transparente en el que se apoyaban unas cuartillas y un vaso de agua.
Todo respondía a la habitual escenografía de un anuncio gubernativo. Todo,
salvo una cosa: El presidente estaba totalmente desnudo.
Muchas fueron las interpretaciones
que se dieron sobre aquel suceso. Algunos lo consideraron un
comportamiento propio de la "enajenación transitoria y aislada "que
le fue diagnosticada al Presidente. Desde el partido tuvimos claro que aquello
era otra astuta y meticulosa maniobra política urdida por un Gobierno en
apuros. Porque lo llamativo, sólo al principio disimulado, pero
después admitido sin ambages como lo sustancial del evento, es que, asomando de
su carnes flácidas, como una protuberancia excesiva e inesperada, el presidente
exhibía un miembro viril, admitámoslo, simplemente descomunal.
El discurso, leído de manera casi
mecánica y olvidado a los pocos días, giraba en torno a la necesidad del país
de superar la severa crisis- a la que por cierto él nos había abocado-
apostando por la innovación y las energías renovables. Hizo alguna
referencia que casi lindaba con el naturismo. En algún momento del discurso
daba la sensación de que iba a acabar reclamando a la población que se sumara
a su desnudez, pero se recondujo hacia su habitual tono optimista, falto
por lo demás de contenido o propuestas.
Pero entre tanto, tras la
transparencia del estrado, su pene, de una carnosidad profusa y presidencial,
cavernoso y brillante, perduraba como un badajo de plomo. Cada vez que cambiaba
su pie de apoyo, una ligera torsión de la cadera mostraba las monumentales
proporciones del miembro desde un nuevo prisma. El grosor y la lustrosa textura
de aquel pene, absorbían el protagonismo de la escena de manera inapelable,
convirtiendo el discurso en una borrosa letanía carente de interés.
Como es natural el país se
convulsionó. No había corrillo ni tertulia en la que no se comentara la
sorprendente desnudez presidencial. El Gobierno pidió respeto a la
sociedad y los medios. Apeló a la privacidad del paciente y con su acostumbrado
oscurantismo evitó dar explicación alguna sobre la situación. Pero pronto
los médicos consideraron restablecido al presidente -recuperado de una
patología temporal y aislada - dijeron, y en plenitud de condiciones.
El jefe de mi partido, como líder
de la oposición, pidió entonces la renuncia del Presidente. Calificó el
hecho -con tibieza, en mi opinión- como un lamentable incidente
que perjudicaba la imagen del país en el exterior. Lo cierto es que no
había mecanismos legales que impidieran su continuidad en el cargo y, en
cualquier caso, en el entorno político existía el convencimiento de que
ese suceso representaba la puntilla política de un presidente amortizado y
asediado por los problemas de una nación a pocos meses de las elecciones.
Sin embargo, las posteriores
encuestas pre-electorales mostraron que las expectativas de voto del partido en
el poder no sólo no se habían resentido: se habían triplicado. Pocos
verbalizaban en público las verdaderas razones, pero el resultado del estudio
sociológico encargado por mi partido era rotundo: en la conciencia de la
población, tal vez de un modo instintivo o primario, subyacía la idea de
que un presidente con ese miembro viril haría las cosas bien. Sería enérgico y
eficaz.
Lo cierto, hay que reconocerlo, es
que desde ese incidente la economía del país pareció recuperarse. Aumentaron
los índices bursátiles, la productividad, las exportaciones y hasta la
natalidad. El presidente adquirió de pronto un protagonismo enorme en la escena
internacional. Los dirigentes de medio mundo querían fotos a su lado y una vez
reunidos se mostraban inexplicablemente timoratos, casi sumisos en su
presencia.
Los medios más afines al Gobierno
hablaban del resurgimiento de un sano patriotismo en la población. No faltaron
tertulianos y analistas que vincularon el suceso con los inesperados éxitos que
las selecciones deportivas cosecharon en importantes competiciones
internacionales.
Ni que decir tiene que perdimos los
comicios. El presidente resultó reelegido obteniendo un apoyo arrollador. Mi
partido, tras una campaña que los medios calificaron de conservadora, sufrió el
mayor batacazo electoral de su historia. La crisis en la cúpula del partido fue
importante. Nuestro líder se hizo a un lado alegando cuestiones familiares
y entre los barones hubo dimisiones, destituciones y espantadas. Mientras
tanto, en la calle se hacía chanza a costa de la supuesta falta de
virilidad de los afiliados.
Había que buscar cuanto antes un
nuevo líder que cortara la sangría. Una cabeza visible que ofreciera bríos
renovados, enérgico y contundente. Y es por eso que ahora yo, Celestino
Ridruejo; concejal de Valmoral de la Mota y éste otro, Romualdo Aguascalientes;
Alcalde de Fresnedillas, estamos aquí, con los pantalones bajados,
nuestros miembros sobre la mesa, siendo examinados por la ejecutiva en pleno
del partido.
Para mí que yo la tengo más grande.
Mariano Nuño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario