lunes, 27 de abril de 2015

La escritura y el amor.



                                                                                       A Joste y Marijo con amor nupcial



Recibí un correo electrónico. Lo mandaba una tal Jessica y rezaba: Me gusta mucho tu sección en el Funzeen. Jessi. Me ruboricé un poco la verdad. No está uno acostumbrado a parabienes de ese tipo ni de ningún otro. Tampoco creo que los merezca. Dejé reposar el correo ahí, un rato en la bandeja de entrada. Me sentía incomodo viendolo cada vez que refrescaba la bandeja de entrada. Quién sería la tal Jessi. Qué le digo. Qué vergüenza.  En realidad, pensé más tarde, yo escribo muy bien.  Joder, escribo de puta madre y pensé que se había quedado corta la tal Jessíe. Demasiado sobria y contenida así que le contesté con un escueto Gracias. Punto. Y vas que te las pelas tía. No malgasto yo mi prosa con cualquiera. En segundos Jessica me respondió a vuelta de correo; ¿Gracias y nadas más? Me gustaría conocerte. La cosa se ponía interesante.

 Siempre había fantaseado con deslumbrar a alguna mujer incauta con mis párrafos amontonados. Mujeres (a poder ser guapas y mucho)  que suspiran mientras apoyan en su pecho (a poder ser abultado y mucho) un libro recién leído de mi poesía torturada. Figuraciones románticas lindando con lo carnal con un poeta genial y arrebatado bla bla bla etc. Era una incautez acudir a la cita, lo admito. Pero la chica tenía nombre de mujer levemente atractiva y suficientemente frívola  y vivía cerca de casa de mis padres a donde justo iba yo todos los jueves a la tarde. No tenía casi nada que perder y siempre podía salir corriendo.  Reconozco que ese día me miré un poco más en el espejo. Me arranqué dos o tres pelos que sobresalían de mis cejas. Me apliqué una crema que ya casi estaba caducada pero no había otra cosa. Unas gotas del perfume de los domingos (el más caro que nunca ponen de oferta en el Carrefour). Llamé al telefonillo del portal y la voz que brotó de la rejilla metálica sonó limpia y nueva. Imaginé una mujer joven, dulce, nervios durante la breve espera, mi soy yo sonó tembloroso y torpe. Me sentí indefenso sabiendo que ella me estaba viendo a través del video portero. Me erguí disimuladamente. Si me lo proponía aún podía aparentar tener buena percha por un rato al menos.  Luego mi cuerpo se distraía y se desmoronaba sobre si mismo de una forma sutil pero apreciable.

En el ascensor brillaba potente una luz demasiado diáfana pero gracias a dios no había ningún espejo desalentador  arrojándome  inclemente la horrorosa réplica de mi rostro. La puerta del piso estaba abierta. En el rellano olía a limpio como a fresas asépticas como a piruletas hospitalarias y maternales. Entré. Tenía miedo hasta que oí pasa pasa. Al fondo. Y pasé recorriendo el pasillo de paredes sobrias y rosas creo. Para mi sorpresa no una sino cinco chicas permanecían sentadas formando un semicírculo extraño en aquel cuarto. Lo primero que pensé es; una secta de chicas extraviadas y locas. Se pondrán una túnica. Aburridas, arrastradas por el nihilismo del siglo me sacrificarán mientras recitan versos decimonónicos. Me desnudarán y me matarán de un modo lento, horrible. Original.  Saldré en la prensa de todo el mundo, mi cadáver maltratado, formando figuras geométricas indescifrables.  Pero dentro de dos años o tres cuando un perro llamado Beltza encuentre mis huesos en una arboleda de Sorauren. Lo segundo que pensé (¿o fue lo primero?) fue en los escotes. Buenos escotes. Buenos pechos turgentes y jóvenes y estudiantiles aunque en su crepúsculo estudiantil. Quizás pechos haciendo el doctorado. El doctorado de los pechos, que es el doctorado que quería hacer yo, ese día,  y muchos días y mi vida entera.

 La de la derecha estaba muy recia, demasiado, consideré. Calibré mis posibilidades. En una pelea la de la derecha me podría inmovilizar por si sola y el resto podría golpearme entretanto con sus puños frágiles, o con sus zapatos de tacón Y en una orgía la de la derecha podría inmovilizarme.  Y el resto,  esperaba,  podría besarme  entretanto,  yo indefenso,  con sus boquitas de piñón. O podrían golpear mis nalgas con sus zapatos o con sus delicadas manos trufadas de anillos del bijou brigitte. Todas las opciones eran estimulantes. Gloriosas. A esto me ha llevado mi escritura única,  pensé para mis adentros geniales. Mi prosa histórica me ha hecho merecedor de una muerte mítica. O me ha hecho merecedor de una sesión de sexo múltiple, universitario. Casi seguro que universitario de la privada con 5 chicas, 3 de Madrid, 1 de Sevilla y la recia casi seguro que asturiana.

Entré en el cuarto. Algunas disimularon pero otras no pudieron. Sus ojos como platos seguro que de sorpresa. Aquí delante el escritor estrella de la cuenca de Pamplona, pensarían. En las paredes colgaban en caótico orden páginas del Funzeen. Artículos sujetos con chinchetas a colores que no acertaba a descifrar plenamente. También me pareció que alguna receta.  Alguna partitura. Qué más da. ¿Este es? Soltó una que vestía unos  leggins ajustadísimos y muy  certeros por la dimensión de sus glúteos. Sus torneadas piernas. Empezaré  por esa, decidí cautelarmente  por si la ceremonia sexual consistía en una degustación sucesiva y no simultánea y me daban a elegir. ¿Seguro que es este?, repitió otra.

La líder, o la que yo pensaba que era la líder se levantó. Sus labios eran carnosos, hechos para besarme a mi casi seguro. Toma, toca para nosotros. Me dio un violín y un palo, lo que fuera, el  artilugio oblongo cuyo nombre ignoro y que sirve para tocarlo. Qué extraña perversión es esta, pregunté. -¿No sabes tocar? -¿Te refieres al violín o a tu cuerpo serrano? le respondí en requiebro virtuoso y un poco andamial a la morena, ojos oscuros, cuerpo boscoso para perderse en él para desbrozar su espesa floración frondosa. Que este no es,  se quejó otra. Toca el violín y luego cocina para nosotras. Me espetaron perdiendo ya un poco los nervios. ¡Desnudo, con este gorro de ganchillo¡ vociferando y yo que angustiado empezaba a atar cabos.  El horror,  el horror.  Mientras pensaba que tal vez podría tirarme por la ventana, en salida algo honrosa,  pero que sería muy triste porque se trataba de un primero casi casi un entresuelo porque el edificio no tenía bajos.


 O es que tú no eres perfectman. O es que tú no eres Joste. El famoso Joste que toca el violín, cocina, teje prendas íntimas para nuestros cuerpos calientes como desiertos mientras publica libros de relatos premiados. Joste el guapo guapísimo de La Barranca.  ¿Quién mierda eres tú? Un ego estrelladísimo, me respondí a mi mismo.  Ya decía yo que era muy feo, espetó la recia humillándome, leña de árbol desmoronado y vetusto. La asturiana. Ya confirmado por el acento, y que se dirigía hacía mi y que yo pensé, joder pues tiene su punto la puta asturiana inmensa, un cuerpo que olería a sidra y a manzanas frescas recién cogidas del árbol, en la ingente extensión de su piel. La asturiana que me agarró que me alzó, que me zarandeó (a mi y a su compás también  sus pechos de orografía abrupta, como dos gaitas pret a porter) Danos el maldito correo electrónico de Joste o te arranco la cabeza.

Salí con el rabo entre la piernas (en algún momento, viendo la cara desencajada de la asturiana temí salir sin él, lo prometo), pensando en qué había fallado, no aquella tarde sino en la vida. Y con miedo. Pensado qué pasaría. Que pasaría cuando la asturiana descubriera que, mezquino y envidioso, por el forro de los cojones les iba a dar yo el verdadero correo electrónico de ese cretino que seguro seguro  a cambio de todos esos dones había vendido su alma  (y su colección de bufandas de diseño)  al mismismo diablo.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Mr Ego estratosférico! recibido con mucho cariñó y humor :-)

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  2. Jajajaja.
    Mariano, the best!!!! (que no the bestia, ojo!!!) ;)

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